Categoría: Economia de la salud

Anatomía evolutiva de los sistemas de información clínica.

Los sistemas de información clínica tienen 50 años de historia, vinculados a la evolución de los sistemas de información -la informática- en general. Analizar su evolución permite entender como están construidos, sus posibilidades y limitaciones y sus retos.

Para entender la evolución de los sistemas informáticos hay que recordar que requieren de hardware y software. Sus desarrollos están interrelacionados evolucionando de manera conjunta: a mayor capacidad de cálculo, más funcionalidad puede desplegarse. Asimismo podríamos afirmar que la capacidad del software ha condicionado la evolución de la forma de relación (por ejemplo, los sistemas de pato) entre los distintos agentes que intervienen en el sistema sanitario (pacientes, proveedores, financiadores, aseguradores): del pago por acto a la transferencia de riesgo poblacional.

Cuando los hospitales empezaron a informatizarse en los años 1950 en Estados Unidos, el hardware disponible eran los llamados main frames, grandes máquinas que interactuaban con los usuarios a través de tarjetas perforadas. Solo las grandes instituciones, los hospitales, podían permitírselos y los utilizaban para la gestión financiera. La facturación se realizaba en base al pago por acto (fee-for-Service). Así los sistemas de información sanitaria tienen en su base un enfoque básicamente económico y financiero este origen sigue todavía presente en algunos de los sistemas que actualmente se están utilizando.

La segunda capa que se desarrolló fue la que permitía la agenda de los pacientes: los sistemas de citación y admisiones. Lógicamente estaban altamente vinculados a la generación de las facturas que se devengan por los actos médicos entendidos como los encuentros o episodios de atención, ya sean consultas o estancias de hospitalización. En España, esto se tradujo en la implantación del HIS de Hewlett Packard en los hospitales del Insalud en los años 1980, tardíamente en relación con los Estados Unidos.

La siguiente etapa en la evolución de los sistemas fue la creación de sistemas de información asociados a los llamados servicios de apoyo, como el laboratorio, la radiología y la farmacia. Estos sistemas fueron generalmente desarrollados por los fabricantes de equipos a los que daban servicio. 

Los sistemas de información de laboratorio, llamados LIS (Laboratory Information Systems) eran capaces de trazar las peticiones realizadas a los pacientes y devolver los resultados de las analíticas que los auto- analizadores empezaban a ser capaces de producir de una forma automática. Los Sistemas de radiología los RIS (Radiology Information System) en ese momento eran solo capaces de gestionar las agendas con las distintas pruebas en los distintos equipos (llamados modalidades). No tenían capacidad para el almacenaje ni mucho menos para el tratamiento de las imágenes, todavía analógicas en soporte físico de película. Los sistemas de almacenaje de imágenes radiológicas llamados PACS (picture archiving and communication system) no aparecieron hasta que fue posible contar con sistemas de radiología digitales o sistemas de digitalización de imágenes y almacenamiento a costes asequibles hasta principios de los años 90.  

Los sistemas de farmacia empezaron como un medio para asegurar la facturación de toda la medicación administrada a los pacientes (en un contexto de pago por acto) así como de apoyo al proceso logístico de aprovisionamiento y compra de medicación. 

El flujo de trabajo se basaba en un prescripción de una prueba complementaria o de medicación en papel, y generalmente a mano, que llegaba físicamente a los servicios destinatarios (laboratorio, radiología, farmacia), dónde la solicitud era introducida en el sistema y gestionada a partir de ahí.

La siguiente fase evolutiva se dio cuando fue posible poner a disposición de los clínicos en las distintas unidades de hospitalización “terminales” que permitían hacer las peticiones a los pacientes a pie de cama. Con ello se ganaba en inmediatez y se disminuían los errores de transcripción. Este sistema es el llamado CPOE (Computerized provider order entry) sistema de peticiones electrónicas. 

Raramente, estos sistemas de peticiones electrónicas, contaban con sistemas de ayuda a la decisión clínica. Sin embargo, el Dr Homer Warner ,considerado el padre de la informática médica, ya en 1968, en el hospital de los Santos de los Últimos Dias  (Salt Lake City, Nevada, Estados Unidos) presentó y empezó a utilizar el embrión de la primera historia clínica con capacidad para dar soporte a la decisión clínica. Llamado HELP (en inglés acrónimo de evaluación de la salud a través de procesamiento lógico), era capaz de proponer a los clínicos las pruebas complementarias más adecuadas en la presencia de unos determinados síntomas, estuvo en funcionamiento durante 40 años. 

Llegados a este momento de la evolución de los sistemas de información clínica, se produjeron dos grandes tendencias de desarrollo:  la llamada best of breed (“lo mejor de cada casa”) o los sistemas integrados. Esta dicotomía continúa hasta la actualidad y la facilidad para crear apps que el debate esté más vivo que nunca. 

El best of breed  es el resultado del desarrollo de sistemas específicos para cada uno de los servicios o departamentos a medida que se van incorporando a la digitalización y a la oferta de sistemas vinculados a equipos de diagnóstico por parte de los fabricantes (por ejemplo, endoscopia, espirometría..). Este enfoque hace que los sistemas disponibles sean más eficientes en relación con las necesidades concretas de los flujos de trabajo y orientados a la práctica clínica específica de la especialidad, pero difícilmente interoperables. El otro enfoque fue el de los sistemas integrados dónde lo que sé primaba era que fuese un único sistema transversal a través de todo el hospital, sobre la adaptación específica a cada uno de los servicios. 

Cómo es lógico la satisfacción de los profesionales implicados es mayor cuando disponen de sistemas a medida, pero es a costa de que la información del pacinte quede compartimentada y fluya difícilmente a través del continuo de la asistencial.  

La otra gran división que se produjo en este momento fue entre los desarrollos a medida para y por cada uno de los centros y la adquisición de soluciones estándar o off the shelf . Los primeros permitían dar respuesta a las necesidades específicas de cada organización, tanto en cuanto a la adaptación de flujos de trabajo como en ritmo de despliegue. Los segundos facilitaban unos tiempos de implantación más rápidos y poder contar con versiones actualizadas más fácilmente.

Solo los grandes sistemas hospitalarios eran capaces de financiar un sistema integrado mientras que la aparición de los ordenadores personales permitió el desarrollo mucho más sencillo de soluciones a medida departamentales pero que difícilmente eran escalables y mucho menos ínter operables. También se dieron situaciones intermedias, donde, a partir de un sistema de un fabricante, se hacían desarrollos a medida, que alejaban la solución del estándar original. En España esta situación es muy común. Ejemplos de ello son las distintas versiones de Selene ©, producto orignialmente estandar de Siemens, de ish.med © -producto vinculado a SAP- o del HIS © de Hewlett Packard, con múltiples versiones en varias autonomias. Este pasivo todavía se está arrastrando, y es uno de los mayores escollos en el objetivo de la interoperabilidad. 

La invención de los ordenadores personales (PC), con capacidad de proceso distribuida, la disponibilidad de interfaces de usuario más amigables, como el Windows © y la aparición de programas de tratamiento de textos como el WordPress o Word permitieron que se pudiese empezar utilizar los sistemas para registrar documentos clínicos en formato electrónico. La Historia clínica electrónica empezaba a contener documentos clínicos, con texto libre, más allá de las peticiones con informes y breves notas de evolución.  

Pero ¿Cómo se hacía eso compatible con una recogida de datos estructurada capaz de ser utilizados para ser procesados automáticamente, ya sea a nivel estadístico o para sistemas de ayuda a la decisión clínica? Con los formularios y los repositorios de datos clínicos (CDR Clinical data repository).

Este es otro debate sigue latente y pendiente, y es donde el rol del Chief Clinical Information Officer es fundamental. En muchos casos tiene sentido recoger los datos de una manera estructurada (en formularios y CDR) para su posterior análisis, mientras que otros lo relevante es la narrativa de la situación clínica descrita en un texto con formato más o menos libre. Por otro lado, existe la tentación de recoger el máximo datos posibles lo que genera una sobrecarga en los profesionales asistenciales. Finalmente existe el riesgo de que se suponga qué por qué una casilla ha sido validada, ese acto clínico ha sido efectivamente realizado, dando una falsa sensación de seguridad asistencial basada en la documentación de procesos y el cumplimiento de criterios de calidad. 

Sin lugar a duda la recogida estructurada de datos a permitió el desarrollo de los sistemas de ayuda a la decisión clínica a que son el siguiente paso en la evolución de la historia clínica electrónica. Estás sistemas de ayuda a la decisión clínica son básicamente sistemas de alerta y los llamados care sets o conjuntos de indicaciones. 

Al recoger los datos de forma estructurada en formularios o en peticionarios el sistema es capaz de hacer verificaciones comprobando por ejemplo de que una medicación o prueba complementaria no ha sido prescrita dos veces (duplicados) o que no ha sido prescrita a un paciente con una alergia registrada a ella.  También es posible señalar aquellos rangos de resultados fuera de la normalidad. La sofisticación (complejidad de las reglas lógicas) y amplitud (cantidad de variables que tienen en cuenta) de estas alertas depende en gran medida del diseño del sistema, y, sobre todo de su tecnología.

En estos momentos la principal preocupación no es tanto la generación de alertas sino la llamada fatiga de alertas, por exceso. Alertas que parecen lógicas en el momento del diseño pueden llegar a ser altamente intrusivas en la práctica asistencial si no se diseñan de una teniendo en cuenta la realidad del entorno asistencial donde se desplegarán, llegando a producir problemas no deseados como consecuencia de la propia informatización.  En el mundo anglosajón se habla del clinical risk management  (CRM) al esfuerzo sistemático para prevenir y minimizar en lo posible el impacto negativo de los sistemas de información clínica: primun non nocere. 

Vamos a ver un par de ejemplos. En el primero, tenemos un sistema que nos alerte cuándo unas las constantes vitales de un paciente exceden un determinado rango, por ejemplo la temperatura, para indicar que el paciente tenga fiebre. En principio, esto es deseable, pero ¿Qué sucede cuando la alerta se dispara justo en el momento que la enfermera está realizando un proceso complejo (como preparar una bomba de infusión de medicación cardiotónica)? La alerta, ¿puede suponer una distracción y facilitar un error en la administración de la medicación? Imaginemos esta situación en una unidad con pacientes críticos. En el mismo entorno, ¿pueden los clínicos confiar en que una alerta les advertirá, dejando en segundo término la observación de los pacientes (quizás por una sobre carga de trabajo)?  ¿Qué sucede si el monitor se desconectó inadvertidamente? ¿y si los datos, (por la presión asistencial), no son introducidos en el sistema en tiempo real, hacen que la alerta se active con horas de demora?

Como podemos ver se trata de situaciones complejas que requieren análisis no solo de las capacidades del sistema de información sino de múltiples aspectos como los flujos y cargas de trabajo, la infraestructura disponible (por ejemplo, ordenadores cerca del paciente), la capacidad de la red, la formación de los profesionales, etc.Una metodologia ampliamente usada para estos análisis es la que se resumen en People, Process, Technology , Environment (PPTE)

En este punto hemos visto cómo los datos pueden ser recogidos de dos grandes maneras: estructurados o no estructurados. Como hemos visto los datos estructurados presentan una serie de ventajas como su recogida de manera sistemática, reduciendo la variabilidad, y su explotación posterior. Por otro lado, los datos no estructurados permiten una narrativa más rica y acorde con la evolución de los pacientes y la tradición clínica, pero dificultan los análisis estadísticos y la utilización de sistemas de alerta y ayuda a la decisión clínica. 

Es cierto que en los últimos años se están desarrollando sistemas capaces de convertir textos no estructurados en estructurados a través del Procesado de Lenguaje Natural (Natural Language Processing NPL).  Pero estos sistemas aún requieren una capacidad de computación muy elevada, lo que hace que en la mayoría de los casos no sea posible su utilización en tiempo real.  Los ejemplos que vemos en el mercado actualmente (Savanamed, IOMED) permiten el análisis de datos a posteriori o, en el mejor de los casos de manera no síncrona. La tendencia es que será posible registrar los datos de manera no estructurada, directamente a través de la voz,  y que los propios sistemas sean capaces de convertirlos en datos estructurados de en tiempo real. La tecnología ya está disponible (sobre todo en inglés), pero es costosa y compleja. La compra de Nuance por Microsoft es una clara señal de ello.

¿Qué podemos decir cuando hablamos de la sostenibilidad del sistema sanitario?

Cuando se accede a un blog uno no espera encontrar un hilo argumental necesariamente. Son escritos al rededor de un tema , una idea o una visión, per cada entrada suele ser autocontenida.

Este blog tiene un libro en su origen en el proyecto de un libro (Retos  del sistema sanitario), así que muchas de sus entradas pueden seguirse de acuerdo a un programa pre establecido. Otras, como blog, son ramas que surgiran de este tronco principal, ampliandolo, matizándolo, contradiciendolo incluso.

Este es el índice que recoge los contenidos publicados en blog hasta ahora, según se pensaron. La virtud de un blog, del hipertexto, es que el lector puede elegir o no, seguir este orden sugerido.

Indice
Introducción

¿Problema o reto?

El punto de partida: todo es relativo.

 A proposito de un caso: Informe HIT para España

¿De qué depende la salud?

La salud, depende del ambiente: John Snow

La salud, depende de lo que hacemos: El informe Lalonde

La salud, depende de lo que somos: El proyecto genoma

La salud, depende del sistema sanitario:

Las MIPSE (Muertes innecesariamente prematura Sanitariamente evitables)

Primum non Noscere

¿Cuál es el reto? Las Dimensiones de la Sostenibilidad

Medioambiental

Social. ¿La salud es una prioridad en todas partes?

Modelos organizativos 1 y 2

Los profesionales

La medicalización

La sanidad no es una isla: en favor de la democracia (real)

Económica

Economía y salud

Algunas reglas del juego: bienes, servicios y externalidades

Más reglas: Los mercados

La Enfermedad de Baumol: ¿el gasto social tiene sus propias reglas?.

¿lo hacemos bien? Eficacia, efectividad y eficiencia

(Epílogo) Continuará…

(epílogo) Continuará…

La mejora de la salud en la sociedad actual no se ha debido a los servicios sanitarios sino a la mejora de las condiciones de vida respecto a otras épocas: alimentación, higiene, medio ambiente, condiciones laborales, educación… Esto ha hecho disminuir la necesidad de servicios curativos agudos. El sistema sanitario, de hecho, pretendía minimizar el impacto de las enfermedades agudas producidas. Estos factores ya hace mucho que no dependen del sector sanitario, si es que nunca han dependido de el.

Los problemas sanitarios actuales, al menos en la parte desarrollada del mundo (inclusive a las partes desarrolladas de los países en desarrollo), se deben a estilos de vida, es decir: cómo comemos, cómo trabajamos, cómo nos desplazamos a que dedicamos el tiempo de ocio. En resumen, dependen de lo que hacen las personas, más de lo que hace el sistema sanitario.

20181206_171243 (1)

Si bien es cierto que hay muchos problemas de salud que aún están y estarán durante bastante tiempo, en manos de los profesionales sanitarios, especialmente los médicos y enfermeras, también es cierto que para tratarlos se consumen muchos recursos haciendo actividades que los propios ciudadanos, si se les dejara escoger responsablemente y libremente, asumirían ellos mismos.

El sector sanitario se resiste a asumirlo, lo que conlleva que la sociedad dedique cada vez más recursos humanos, materiales y ambientales, sin lograr el incremento de ganancias en salud que conseguía en el pasado. No es un fenómeno nuevo, pero en este momento, es lo que pone en peligro su sostenibilidad.

La solución no pasa por recortar la inversión en salud. Pasa por cambiar como, como sociedad, no sólo como sector sanitario, dedicamos los recursos a este gran reto que tenemos delante: vivir más y mejor con la mejor salud posible. ¡Porque es posible y es un deber para con las generaciones futuras!

Y la sanidad ¿Cómo se paga? 2/2

Este post es continuación del titulado Y la Sanidad ¿Cómo se paga?. En esa entrada tratamos de los 3 primeros modelos, en este, de los tres últimos

  1. La salud es un asunto sólo privado
  2. El Estado financia, pero los individuos deciden: «cheque sanitario»
  3. Subvención a la demanda: «el Modelo Muface»
  4. La colaboración público privada: el «modelo Alzira»
  5. La concertación y la gestión privada de empresas públicas
  6. La gestión directa por parte de la Administración: «el modelo funcionarial»

 

4. La colaboración-público privada: «el Modelo Alzira»

La Administración también puede concertar un hospital entero, no sólo una cartera de servicios limitada. Esto es lo que ha hecho la Comunidad de Madrid con alguno de sus centros.

Una variante de esta opción más sofisticada es el llamado Modelo Alzira, haciendo mención del hospital de la comarca de la Ribera en Valencia. En este caso el gobierno valenciano – del PP – sacó a concurso la provisión de servicios para toda la población de una comarca, para que pujaran proveedores privados. En este caso, es la administración quien decide qué y donde debe haber la oferta de servicios.

La novedad radica en que, en lugar de comprar servicios a «tanto la pieza» (pago por actividad), los compra siguiendo una fórmula capitativa. Esta consiste en pagar una cantidad fija por persona y año, independientemente del uso que haga de los servicios sanitarios.

Así, si los ciudadanos hacen poco uso de los servicios asistenciales, el proveedor gana. Si hacen mucho uso, pierde. Lógicamente, para que tenga sentido, la cantidad que paga el gobierno es menor que la media de lo que le cuestan los servicios que ofrece por medios propios (hospitales y centros de salud operados por la propia Consejería de Salud). Es un matiz importante, porque de hecho, no se compra propiamente la provisión de servicios.

¿Cómo consigue pues los beneficios el proveedor privado? En teoría, de dos maneras. La primera con una gestión más eficiente de los recursos gracias a una mayor flexibilidad de la legislación laboral y mercantil en contraste con la funcionarial y administrativa. En segundo lugar, gracias a la gestión clínica y la mejora de la calidad. La gestión clínica, con medidas  como  una mejor coordinación entre atención primaria y hospitalaria, o elegir las intervenciones más eficientes, espoleada por un interés económico. De esta manera se evitan duplicidades de pruebas y se agiliza la atención. Si, además, los servicios se ofrecen sin errores –son de calidad- se evitan complicaciones (infecciones nosocomiales, reingresos) que tratar consumiendo recursos.

Es, sobre el papel, un círculo virtuoso. Para evitar que el proveedor tenga la tentación de generar el beneficio ofreciendo asistencia falta de calidad o se deje de atender adecuadamente a los ciudadanos, el gobierno establece controles de los servicios, a través de inspectores y auditorías. Gracias a ello, el ciudadano gana en atención, y el gobierno (el mismo ciudadano como pagador de impuestos) se ahorra dinero, a la vez que alguien hace negocio.

En este modelo, se añade que quien ganó el concurso no sólo se tiene que hacer responsable de la atención sanitaria, sino que también tiene que construir un hospital nuevo, que al final de la concesión pasará a propiedad del gobierno. De esta manera se modernizan las instalaciones sanitarias sin tener que incrementar el endeudamiento público, dado que este es asumido por el operador privado.

Para poder ofertar este conjunto de servicios, asistenciales, construcción y financieros hizo que los que se presentaran al concurso fueran uniones entre aseguradoras, constructoras y cajas de ahorros. Con la crisis, todas las empresas implicadas, en todas las concesiones que se hicieron, 5 en Valencia y 7 en Madrid, están o bien planteando su viabilidad, o bien en venta o han pasado por un concurso de acreedores. El intento de extender esto al resto de hospitales de Madrid ha fracasado  por la presión judicial, los profesionales («la marea blanca «) y popular. Es más, Alzira ha sido la primera concesión en ser revertida como resultado del cambio político en la Generalitat Valenciana.

5. La concertación y la gestión privada de empresas públicas

En Cataluña, en el momento de los traspasos de las competencias en sanidad a principios de los 1980, se planteó el dilema de si extender la red de centros públicos (los que heredaban del INSALUD) o bien incorporar de una manera estructural aquellos que ya estaban ofreciendo servicios vía concierto.

Históricamente existían muchos hospitales en capitales de comarca que se habían ido construyendo desde mediados del siglo XIX (algunos con raíces en la Edad Media) fruto de la iniciativa de la Iglesia, las Mutuas obreras y patronales -hay que recordar que la revolución industrial catalana se dio un siglo antes que en el resto de la Península-, ayuntamientos y entidades benéficas privadas diversas. El SOE sólo tenía hospitales en las capitales de provincia y grandes ciudades, por lo que compraba servicios a todos estos hospitales para dar servicio a sus asegurados de «provincias».

En el momento de los traspasos, la infraestructura física de muchos de estos antiguos hospitales comarcales era mejorable, al tiempo que la capacidad financiera de la Generalitat, escasa. A estos factores había que añadir un elemento político relevante, como era el hecho de que la Generalitat estaba en manos de un partido (CiU) y los ayuntamientos donde había hospitales, en manos del partido mayoritario de la oposición (PSC).

Se estableció un mecanismo de statu quo consistente en la definición de un Mapa Sanitario, vinculado a un plan de inversiones. Sólo los hospitales que aparecieran en este mapa formarían parte de la Red Hospitalaria de Utilización Pública y, por tanto, podrían tener concierto. Se garantizaba la compra de un volumen de actividad que asegurase su viabilidad, gracias al establecimiento de un monopolio territorial de facto. Esto suponía que los ciudadanos con cobertura sanitaria púbica podían acudir a estos centros como si fueran de la propia sanidad pública.

La definición del Mapa Sanitario la hace la propia Administración. Es ella quien decide qué servicios y donde se han de ofrecer. Los criterios pueden ser técnicos y, lógicamente, políticos: qué distancia hay entre centros sanitarios, la población a atender, la prevalencia de una enfermedad, la reactivación económica de una zona en declive industrial o el color político del alcalde de la ciudad.

Para poder ser miembros de esta red, los hospitales debían ser gestionados por entidades sin ánimo de lucro (Iglesia, Cruz Roja, Mutuas o Administraciones) pero con gestión privada (con contratos laborales, no funcionariales, y legislación mercantil).

Cuando la Generalitat pasaba a hacer una inversión relevante reemplazar el antiguo hospital por uno nuevo y moderno, se creaba un Consorcio entre los antiguos propietarios y la propia Generalitat como mayoritaria o una empresa pública, evitando así que se convirtiera en una institución con gestión pública , pero manteniendo o incrementando, la responsabilidad de la Administración.  En resumen, un modelo de propiedad pública con gestión con herramientas privadas.

 

XHUP

6. La gestión directa por parte de la Administración: «el modelo funcionarial»

Finalmente, puede ser la propia Administración, el sector público, que ofrezca servicios a través de los centros de salud y hospitales públicos gestionados según el derecho administrativo y con empleados que son funcionarios (llamados Estatutarios).. En nuestro país lo fue el antiguo INSALUD y sus herederos: como el ICS en Cataluña, el Servicio Castellano Manchego de Salud, Osakidetza en el País Vasco  o el Servicio Andaluz de la Salud.

No nos extenderemos en el análisis de la gestión pública.  Si por un lado ha sido ha sido acusada de rigidez, burocrática –en el sentido kafkiano del término-, por otro lado ha sido un mecanismo muy eficiente y eficaz de extender los servicios sociales. Así, con un coste relativamente bajo –por ejemplo cuando lo comparamos con el modelo privado de los USA- es capaz de ofrecer unos servicios de calidad muy accesibles –como hemos visto en el primer capítulo-. Como contrapartida, debe estar sometida a unos procedimientos  y a una homogeneidad que encajan cada vez con mayor dificultad en una sociedad que se transforma de manera acelerada y que ha hecho de la diversidad una característica intrínseca. Por ahora es el sistema dominante, y nada indica que, a pesar de los augurios, vaya a dejar de serlo.

La conclusión que se podría sacar de esta variedad es que no hay ninguna fórmula ideal. Ni que ninguna es especialmente mala. Todas tienen sus pros y contras.

Por ejemplo, desde el debate ideológico cabe preguntarse si es mejor el mercado que la Administración a la hora de determinar qué servicios hay y dónde. Hemos visto que el mercado no llega a asignar bien los recursos, como ocurre Colombia, pero la Administración, forzando la presencia de servicios a lugares donde por criterios sólo políticos, ¿actúa correctamente?

Por ejemplo, un pequeño hospital en una población aislada podrá aportar aparentemente un buen servicio, basado en la proximidad. Pero con el tiempo, los profesionales que trabajan perderán habilidades por falta de práctica, dando, involuntariamente, un servicio peor a medio plazo. Esto si los profesionales permanecen lo suficiente y no hay una alta rotación que suele atraer a los profesionales de los últimos escalafones. A parte de lo poco eficiente –y desmotivador – que será tener un hospital y sus profesionales poco ocupados.

Situaciones como la descrita hacen que diferentes modelos convivan en todos los países, con más o menos preponderancia de una u otro, de acuerdo a circunstancias locales. Y lo que es más interesante, es que hay un movimiento pendular entre unas y otras. Mientras en Estados Unidos se está en un movimiento hacia la mayor presencia del estado (la reforma Obama) en Europa parece que se tiende a dar más peso al sector privado.

Sostenibilidad económica: ¿lo hacemos bien? Eficacia, efectividad y eficiencia

La economía es una ciencia social que utiliza herramientas matemáticas profusamente para hacer hipótesis, predecir, medir y evaluar. Dispone de conceptos y de herramientas que le permiten contestar a preguntas clave como: los mercados y otros mecanismos de asignación, ¿funcionan bien?

Los economistas de la salud a la hora de analizar cómo asignar los recursos a intervenciones sanitarias hablan de eficacia, efectividad (términos que comparten con los médicos) y eficiencia. La eficacia es la capacidad de una intervención sanitaria (un fármaco, un tratamiento) de conseguir lo que pretendía (curar una enfermedad, minimizar los síntomas) en condiciones ideales (en las condiciones para que fue diseñada). La efectividad es la capacidad de una intervención eficaz de conseguir sus objetivos en condiciones reales. Es decir, en el entorno concreto donde nos encontramos y no en condiciones ideales.

Es obvio que para que una medida sea efectiva, debe ser primero eficaz. Es decir, tiene que funcionar en condiciones ideales. Esto no siempre es así porque en medicina está el llamado efecto placebo. Se sabe que cuando se da una sustancia sin ningún efecto demostrado (agua, edulcorantes) con afán de curar o mejorar síntomas en una población, un porcentaje de las personas que la toman presentan mejoras y algunas también efectos secundarios. Un buen ejemplo es la homeopatía. La homeopatía funciona, pero no por lo que se dice que funciona. Se ha demostrado empíricamente, con estudios serios y rigurosos, que los medicamentos homeopáticos no tienen efectos fisiológicos: ni buenos ni malos. Simplemente, porque son agua. Pero igualmente se ha demostrado que los pacientes que los toman tienen mejoras en sus síntomas. Las que ocasiona el efecto placebo.

Es por eso que cuando se quiere comprobar la eficacia de un medicamento necesario hacer ensayos clínicos controlados. De forma esquemática, se divide el grupo de personas con las que se estudiará el medicamento en dos. El uno tomará el medicamento, mientras que el otro una píldora de las mismas características (color, sabor, tamaño) pero hecha con una sustancia inocua. Ni el médico ni el paciente saben quién toma el medicamento de verdad ni quién el placebo. El ensayo se completa comparando cuántos enfermos han mejorado o han presentado efectos secundarios en los dos grupos, para comprobar cuál es la mejora realmente atribuible al nuevo medicamento.

Finalmente, la eficiencia es la relación entre los objetivos alcanzados y los recursos que hay que dedicar para conseguirlos. Un medicamento es más eficiente que otro si ambos consiguen lo mismo, por ejemplo curar una enfermedad, pero es más barato. O cuesta lo mismo, pero hay que tomarlo menos veces al día.

La medida de la eficiencia no es fácil, porque depende de quién pone los recursos. Se dice que la cirugía mayor ambulatoria (el paciente es remitido a casa el mismo día de la operación, para que convalezca ahí) es más eficiente que la que requiere ingreso (el paciente convalece en el hospital). Es más eficiente, seguro, para los hospitales, pero no tiene por qué serlo para las familias, que deben hacerse cargo del paciente una vez le han dado el alta. La vacuna de paperas es cara, pero es eficiente si se compara con los días de absentismo laboral que ocasiona un niño enfermo en casa. Si los padres trabajan.

Fijémonos en que lo relevante a la hora de asignar recursos no es el costo. Es la eficiencia, es decir, que nos cuesta conseguir lo que queremos. Esto quiere decir que no hay peor decisión que dedicar recursos a un medicamento o una intervención sanitaria baratas si no sirven para nada, si no son efectivas. Y para ser efectivo, recordémoslo, lo primero que sea eficaz, pero también que lo sea en nuestro medio concreto. Veremos algunos ejemplos de los dilemas que se plantean.

La abstinencia sexual es probadamente eficaz para la prevención del SIDA. Pero, ¿es efectiva en los países subsaharianos o caribeños? ¿Es, pues, eficiente, dedicar recursos a promoverla ahí, desde punto de vista sanitario?

En los años 80 se vivió una terrible epidemia de adicción a la heroína. Muchos de los afectados murieron de SIDA porque compartían jeringas y agujas y aún no se disponía de medicamentos efectivos. Aquellos que no se contagiaron de SIDA, lo hicieron de hepatitis B o C, o de las tres. Para intentar curar la adicción proliferaron las comunidades terapéuticas. En un entorno aislado, rural y controlado, y por tanto, caro, los adictos adquirían nuevos hábitos y dejaba el consumo. Pero cuando volvían a la ciudad recaían en un porcentaje altísimo. Entonces se propuso la terapia con Metadona.

La Metadona es una droga opiácea como la heroína que se toma bebida. Crea adicción, pero no placer y permite a quien la toma, si es adicto a la heroína, no tener síndromes de abstinencia. Además, puede conseguirse fácil y legalmente, no como la heroína¸ en los Servicios de salud. Es una buena alternativa para quien no puede «desengancharse» porque permite seguir haciendo vida en su entorno habitual y, sobre todo, disminuye la necesidad de delinquir para conseguir una droga cara e ilegal. Es una intervención menos eficaz que las comunidades terapéuticas (la adicción continúa, aunque a otra droga). Pero es mucho más efectiva porque se consigue el abandono de la heroína, a pesar de continuar en su entorno habitual, en la mayoría de casos. Los programas de sustitución con metadona son, por tanto, mucho más eficientes que las comunidades terapéuticas.

Las llamadas narcosalas o salas de venopunción controlada, son lugares donde se permite que los heroinómanos que no pueden seguir un programa de metadona puedan pincharse la droga en condiciones higiénicas. Se les facilita material estéril (jeringas, agujas, desinfectante), se recoge controladamente el material usado (evitando que tiren las jeringas en los parques) y se aprovecha para dar la oportunidad de poder tener un contacto con los servicios sociales y sanitarios a personas generalmente en exclusión social.

Con estas medidas se intentan evitar contagios de SIDA y hepatitis y se mantiene contacto con una población marginal con raíces en la delincuencia asociada. Es una medida muy poco eficaz para eliminar la adicción, pero eficiente para el control sanitario y social de los adictos. El coste económico no es demasiado alto, dado que basta con un autobús o unos barracones habilitados. La dificultad viene por la aceptación del vecindario donde se ubiquen. La sostenibilidad social entra en juego.

Cada vez que se quiere recortar el gasto en sanidad, se excluyen medicamentos de la financiación pública. Son los ya reiterativos medicamentazos. El argumento es siempre el mismo: no son eficientes. Pero, ¿porque no son efectivos o porque son caros?

Si la razón es porque son caros, la medida es fácil, no hay que excluirlos de la cobertura. Basta con ajustar el precio hasta que alcancen el nivel de eficiencia deseado. El gobierno puede hacerlo porque en España los medicamentos con financiación pública tienen precio regulado es decir, fijado por el Administración. Si no es por eso, es porque no son efectivos. Entonces, ¿porque se permitía vender –comprar con dinero público- medicamentos que no eran efectivos?

En conclusión contar con la ciencia económica para abordar los retos que presenta la sostenibilidad del sistema sanitario. Nos permite acercarse no de los mecanismos de relación social, de una manera rigurosa y sistemática, con herramientas útiles para aplicar, también, a la salud. No es ni la única ni la mejor herramienta posible, pero hay que tenerla en cuenta a la hora de prende decisiones de cómo utilizar de la mejor manera posible los recursos disponibles, al servicio de las personas, al servicio de la sociedad. Es tan ingenuo y peligroso obviarse como creer-le inmutable y la única verdad.

Algunas reglas del juego: bienes, servicios y externalidades

Para empezar, los economistas, a las cosas las llaman bienes, que pueden ser clasificados según su comportamiento donde interaccionan las personas: los mercados. En este contexto, los servicios que produce el sector sanitario son bienes. Los bienes pueden clasificarse en bienes normales o clásicos y bienes públicos.

Los bienes normales o clásicos no se pueden compartir. Es decir, el uso de un bien por una persona impide que otra pueda hacer uso de él. También tienen como característica que si su propietario no quiere ofrecerlo a la venta, nadie podrá disfrutar de él. Finalmente, su uso no afecta a nadie más que su usuario. Un  ejemplo clásico es una barra de pan. En primer lugar, si se la come una persona, nadie más puede comérsela. En segundo lugar, el panadero puede decidir no venderla. Finalmente, el hecho de que alguien concreto se la coma no perjudica ni beneficia a nadie más que a quien se la come.

Los bienes públicos, en contraste, pueden ser disfrutados por mucha gente al mismo tiempo y es difícil que nadie impida su uso. El conocimiento, la creación de la mente humana, es un bien público. Una vez divulgado, todo el mundo puede disfrutarlo. Lo son, por tanto, la música y la producción científica -que incluye el conocimiento médico-. En el caso de la música, hay que distinguir entre el CD -como materia física- que es un bien clásico y la música que contiene -que es un bien común-. En el caso de la producción científica, una cosa es la revista o libro donde se publica y otro su contenido.  Los bienes que produce el sector sanitario como conocimiento aplicado tienen las características de un bien público.

Dadas sus características, es más difícil que alguien que quiera hacer negocio (o ganarse la vida) se ponga a producir bienes públicos que no que se dedique a producir bienes clásicos porque todo el mundo puede beneficiarse de ellos sin comprarlos. ¿Cuantas veces no hemos oído que la piratería desincentiva la creación artística? Desde el punto de vista económico, el problema que se plantea es cómo conseguir (incentivar, en jerga económico) que se produzcan el máximo de servicios de salud posibles.

Los abordajes que se proponen giran en torno a la protección de la propiedad intelectual, que es como se denomina técnicamente el conocimiento. Algunos de los instrumentos jurídicos que determinan quién es el propietario son las patentes y el Copyright. Dos ejemplos de situaciones donde hay intereses contrapuestos en este campo son la polémica SGAE (Sociedad General de Autores de España) y la patente de conocimiento sobre mutaciones en seres vivos.

En el primer caso (SGAE), hemos vivido como la tecnología -internet y los intercambios de archivos- ha hecho que un bien clásico – los discos, de vinilo en un principio y los CD- se convirtieran en un bien público -la música que contienen-. La industria de los fabricantes de discos ha experimentado caídas importantísimas en las ventas, mientras que los distribuidores de contenidos, ya sean legales -como i-tunes-, a-legales -como los usuarios de redes P2P- o ilegales se han visto beneficiados. También los fabricantes de aparatos lectores de MP3 y los operadores de las redes de internet. Los músicos, los verdaderos creadores de conocimiento (de la propiedad intelectual), no es tan claro como han quedado. Lo que seguro les ha pasado es que han tenido que cambiar de modelo de negocio, y pasar de la música ‘enlatada’ a volver a tener que hacer giras y directos para ganarse la vida. Lo que es cierto es que nunca en la historia de la humanidad tanta gente había podido escuchar tanta música.

En cuanto al segundo caso, la patente sobre el conocimiento de las mutaciones de los seres vivos es un bien público. Es un conocimiento que permite, por ejemplo, seleccionar las mejores semillas para incrementar las cosechas o, en el caso de la salud, predecir el riesgo de padecer una enfermedad (como el caso del gen BRCA 1 en el cáncer de mama) o de la efectividad de un tratamiento con muchos efectos secundarios. El problema que surge es que descubrir, es decir, generar conocimiento, sobre estas mutaciones supone un gran esfuerzo en tiempo y equipamientos. La mutación, el hecho biológico, no es en sí algo generado en el laboratorio, es una propiedad del ser vivo. El bien es el conocimiento, no el hecho. Es un poco diferente que en el caso del descubrimiento de fármacos, donde el bien es el fármaco (la píldora) elaborado en el laboratorio, que tiene las propiedades de bien clásico.

Cuando un investigador, o la empresa que ha financiado estas investigaciones, descubren una mutación con relevancia clínica o comercial, querrá sacar provecho. Para ello deberá cobrar el acceso a este conocimiento, es decir, patentarlo (recordemos que no ha creado un fármaco, o una manera de hacer un análisis, sino el conocimiento de que el resultado de aquel análisis tiene una implicación determinada). Aparte de si esto es ético -recordemos que ahora estamos mirando la salud sólo desde el punto de vista económico-, la pregunta es si esto es conveniente para que el máximo de gente se beneficie de ello.

A corto plazo, parece que no será bueno porque, quien no tenga capacidad para pagar por el uso de este conocimiento, no podrá hacer uso de él. Pero a largo plazo, ¿si nadie puede cobrar por hacer descubrimientos, quien tendrá incentivos para dedicarse a ello de forma que cada vez haya más conocimiento disponible? En Europa la UE ha decidido que este tipo de conocimiento sobre los seres vivos no es patentable. En USA sí que lo ha permitido. Tenemos un conflicto entre sostenibilidad social y económica

Hay otro tipo de bienes que se llaman bienes comunales. Se trata de bienes de los que todo el mundo puede disfrutar, pero a diferencia de los bienes públicos el hecho de que alguien lo disfrute limita su uso para otros. Los ejemplos son los peces del mar, las carreteras, o la sanidad pública. Efectivamente, los peces también son de todos, pero si todos salimos a pescar, esquilmar los caladeros. Los atascos de los fines de semana se producen cuando mucha gente decidimos volver o salir a la vez. La carretera es de todos, pero no cabemos todos si no lo hacemos ordenadamente. Con la Sanidad pública ocurre lo mismo.

Elionor Ostrom ha estudiado como las sociedades han generado múltiples formas para solucionar esto, como es el establecimiento de cuotas de pesca (nadie puede pescar más de una determinada cantidad de peces) o impuestos que limiten el acceso (como los peajes, a fin que nos lo pensamos dos veces antes de coger el coche). Como es evidente, ninguna de las dos soluciones no son perfectos, pues los mares están en una situación crítica, y las autopistas también se colapsan a veces. Por eso ha sido necesario  dar más vueltas de tuerca al ingenio, añadiendo inspecciones para garantizar que se cumplen las cuotas y vedas para permitir que las pesquerías se recuperen, o los peajes con precios variables en función de la hora del día y de la semana.

En sanidad, el equivalente es el copago o los llamados tickets moderadores. El copago supone pagar una parte, un porcentaje del coste del servicio o fármaco. Es lo que sucede con la prestación de farmacia en la sanidad pública española, donde se paga en función del precio del medicamento. En el caso del ticket moderador se trata de una cantidad independiente del coste del servicio, y que no debería suponer ninguna barrera de acceso si existe la necesidad. El precio de un periódico sería un ejemplo de ticket moderador. Si es gratuito, la tomaremos, lo leemos o no. Si queremos leerlo por el interés de una determinada información, el precio no es una barrera. El euro por receta implantado en Cataluña es un ticket moderador.

Hay un experimento clásico en economía de la salud que llevó a cabo la aseguradora Rand,  donde asignó aleatoriamente 4000 personas en diferentes sistemas de copago, incluyendo ningún copago. El resultado fue que las personas más pobres (el 6% más pobre) tuvieron peores resultados en salud cuando había copago, mientras que en el resto de personas, no se observaron diferencias fuera cual fuera el sistema de copago aplicado.

Esto es coherente con el hecho de que el gasto en sanidad aumenta con la renta. Aunque parezca contrario al sentido común, el gasto sanitario se comporta como un bien de lujo , aumenta su consumo con la renta disponible, como las joyas. Para los más pobres hay otras prioridades, como la ¡comida, antes que gastar en salud! Si las embarazadas no comen, los niños que nacen serán débiles físicamente e intelectualmente, lo que agravará por la desnutrición infantil, que llevará al fracaso escolar, y de ahí a trabajos mal pagados…. lo que conllevará una espiral de pobreza… La líder de una comunidad indígena Guatemalteca nos lo explicó muy bien en una reunión de directivos y consultores sanitarios en Centro América: “antes que ir al médico está comer” (hay que reconocer que más de uno nos abrumamos).

En algunos casos, el uso de un determinado bien clásico o normal tiene efectos sobre los demás. Cuando esto ocurre los economistas dicen que este bien está sujeto a externalidades . Estos efectos o externalidades pueden ser perjudiciales o beneficiosos, por lo que se habla de externalidades negativas en el primer caso y de externalidades positivas en el segundo caso.

Un ejemplo de externalidad negativa es el hecho de consumir tabaco, es decir, fumar en un lugar público. El humo de nuestro tabaco perjudica -seriamente- la salud de la gente que nos rodea. Si además lo acompañamos de una dieta poco saludable, la posibilidad de tener que usar el sistema sanitario se incrementa de manera importante, con lo que perjudicamos aún más a los otros potenciales usuarios. Lo es también el hecho de coger un coche de gasolina o diésel, por que producimos gases de efecto invernadero que calientan el planeta y emitimos partículas contaminantes que terminan en nuestros pulmones. La importación de profesionales de países en desarrollo es otro ejemplo de externalidad negativa de nuestro sistema sanitario, y que difícilmente estamos dispuestos a asumir.

Ejemplos de externalidad positiva son el hecho de vacunarnos, hacer deporte, seguir una dieta saludable o formarnos. Cuando nos vacunamos, aparte de protegernos nosotros mismos de la enfermedad en cuestión, también disminuimos la probabilidad de que otras personas se contagien, debido a que en el caso de una epidemia habrá menos gente enferma. Es lo que ya hemos visto se llama efecto rebaño. La práctica regular del deporte adecuado a nuestra edad y condición física y la dieta saludable son la otra cara de la moneda de fumar, por que ayudan a disminuir la probabilidad de que tengamos que hacer uso de los servicios sanitarios. El nivel de formación también tiene una correlación directa con el mejor estado de salud – aparte de los efectos que tiene sobre un mejor sistema productivo, la llamada productividad de la economía-. Las sociedades con la población más formada son más saludables y más ricas.

Así pues, parece lógico que la sociedad en su conjunto debería favorecer el uso de bienes con externalidades positivas y penalizar el uso de aquellos con externalidades negativas. Las propuestas que hacen los economistas para lograrlo se basan en poner impuestos para incrementar el precio de los bienes con externalidades negativas y subvenciones o desgravaciones fiscales -lo «contrario» a los impuestos– para los bienes con externalidades positivas. Es por ello -aunque seguro que no sólo por ello- el por qué el alcohol, el tabaco y la gasolina tienen una fiscalidad especial -unos impuestos especiales- que los encarecen de manera importante. También el por qué han aparecido voces pidiendo que se pongan impuestos especiales al «comida rápida». El grado de encarecimiento depende cada país, como se hace patente en los viajes que hacen los ciudadanos de los países nórdicos, franceses o ingleses a comprar tabaco, alcohol y gasolina en el Sur de Europa -¿estarán más concienciados?-.

Desgraciadamente, la experiencia demuestra que los gobiernos tienen muchos más recelos a la hora de incentivar a los estilos de vida saludables con subvenciones o desgravaciones fiscales que a la de  poner tasas. Pero, ¿cuál debe ser el importe de estos impuestos, subvenciones o desgravaciones?, es decir, ¿cómo se pueden cuantificar estas externalidades? Lo primero que hay que preguntarse es si se pueden cuantificar, o si tiene sentido cuantificarlas. Desde el punto de vista económico, la cuantificación de las cosas – la definición del valor monetario– es una herramienta básica, que no debe confundirse con la mercantilización -visión economicista- de todo. En otras palabras, ¿se puede cuantificar en dinero la vida de alguien, un paisaje o el clima? La respuesta es que sí, pero que no es, en ningún caso, la única dimensión de estas realidades. En todo caso, son métodos complejos y en evolución.

La propuesta de la Economía del Bien Común tiene como uno de sus pilares la utilización de mecanismos para incorporar al precio de las cosas las externalidades negativas (la contaminación, el trato discriminatorio, la explotación laboral) y positivas (la creación de puestos de trabajo , la cooperación) a través de información a los consumidores e impuestos. De forma muy resumida, los productos contaminantes, insolidarios, producidos por empresas que tratan mal a sus trabajadores, serían mucho más caros -porque tendrían unos impuestos muy altos- que los que están producidos de forma sostenible, cooperativa y respetando los derechos de los trabajadores. Exactamente al revés que ahora.

 

 

Algunas reglas del juego: los mercados

El mercado no es sino fruto de la interacción de las personas. No es algo abstracto sino interacciones concretas entre personas concretas, por más que, hoy en día estén mediatizadas por organizaciones, instituciones y ordenadores. Es una realidad social, no un designio de la naturaleza, aunque la propia naturaleza humana lo condicione (tanto es así que ha nacido la ciencia del neuro-marketing ). Tampoco es una imposición sobrenatural.

El mercado tiene encarnizados defensores, enconados detractores y millones de gente que convivimos con él. Hasta ahora, es el menos malo de los sistemas de relación económica que la humanidad ha sido capaz de desarrollar. Quizás otros sistemas son posibles, incluso deseables, pero como este es el que tenemos, vale la pena revisitarlo.

La teoría del mercado dice que el precio es lo que fija el equilibrio entre oferta y demanda. En otras palabras, cuando quien compra está dispuesto a pagar el precio que pide quien vende o cuando quien vende, está dispuesto a aceptar el precio que quiere pagar quien compra. Esto sucede cuando la cantidad de bienes ofertados se equipara a los demandados, que es cuando el valor que da el comprador se equipara al coste en que ha tenido que incurrir quien lo ha producido, más el legítimo beneficio.

El beneficio es un estímulo o incentivo que se requiere para que la gente se juegue su dinero en un negocio. En un mercado, los que quieren comprar -la demanda– tienen el dinero en su bolsillo, y cuando pasean por el mercado (fisico o virtual) si no compran nada, se vuelven a casa con el bolsillo igual de lleno. En cambio, los que quieren vender, los que aportan los bienes, la oferta, ya se han tenido que gastar el dinero en el momento de poner los productos a la venta (ya han tenido que comprar las materias primas y transformarlas, o se han tenido que dar a conocer y formarse para ofrecer un determinado servicio y / o han tenido que poner a punto unas instalaciones donde ofrecerlo). Cuando vuelven a casa, si no han vendido nada, se vuelven con la bolsa vacía, en el mejor de los casos, cuando no con una gran cantidad de deudas por pagar.

A la sociedad nos interesa que haya gente que produzca bienes y servicios que den respuesta a nuestras necesidades. Ahora se llaman emprendedores, antes comerciantes e incluso a Capitanes de la Industria. El estímulo para que se animen a producir bienes y servicios es que puedan obtener un beneficio, que será mayor en tanto en cuanto más gente quiera sus bienes y servicios. Y eso es bueno también para los compradores, porque el oferente tendrá más incentivos a seguir produciendo ese bien y servicio que más desean. En otro caso, si el beneficio es bajo, puede pensar que no le merezca la pena hacer el esfuerzo de levantarse cada mañana e ir a trabajar y puede decidir dejar a la demanda -a demás conciudadanos- sin el servicio o bien que quieren y necesitan.

Al hablar de sostenibilidad hemos visto que una de las dificultades que presenta el sector sanitario es que produce bienes públicos donde la obtención de beneficios es más difícil. Desgraciadamente, el beneficio es visto en muchos casos como algo indeseable, fruto de relaciones donde hay ganadores y perdedores. En el mercado, cuando funciona, si hay beneficio para el vendedor, también lo hay para el comprador, que obtiene el valor que espera de lo que paga por el precio. Esto, es cierto, no pasa siempre, especialmente cuando hay situaciones de monopolio o monopsonio, es decir, cuando no hay verdadero mercado. El monopolio se da cuando hay un solo vendedor, que puede fijar el precio de venta a su conveniencia, maximizando su beneficio. El monopsonio es la situación en la que hay un solo comprador, que fija el precio de compra. Este es el caso que se da cuando hay una sola industria o negocio en un área y es el empresario quien marca los salarios o las condiciones laborales o el precio de compra de la cosecha a los agricultores.

Es por eso que es tan importante que se favorezca la competencia, para que nadie sea demasiado fuerte en la negociación y acabe imponiendo sus condiciones. Es por eso que a las grandes empresas, no les gustan los mercados de verdad, lo que se llama la liberalización. No hay que confundir liberalización con privatización. La liberalización implica que se pasa de una situación donde la competencia, y por tanto las reglas del mercado, son muy limitadas a una donde hay competencia. Esto, como vemos es bueno para los consumidores. La privatización supone que una empresa estatal se venda. La privatización puede ir o no acompañada de liberalización. Si no va acompañada lo que pasa es que los beneficios de esa empresa, que era pública, se privatizan, sin que la sociedad en general gane. En España hemos sufrido dos claros ejemplos de privatización sin liberalización: Telefónica y Endesa. Se privatizaron sin liberalizar, haciendo muy ricos a unos pocos sin que la sociedad pudiera beneficiarse de la competencia.

Economía y salud

Los profesores Guillem López Casasnovas y Vicente Ortún dicen que sector sanitario crea riqueza, pero también la destruye . Crear riqueza porque hace que la población esté más sana, con lo que podrá producir más (habrá menos bajas laborales y no será necesario dedicar tantos esfuerzos a cuidar enfermos) y mejor (los niños no faltarán a la escuela tan a menudo con lo que el nivel educativo será superior). Habrá más bienestar para que la gente no tendrá miedo a enfermar y a no poder tener atención médica. Es lo que los economistas llaman el capital social. Es lo que movió Bismark en la Alemania del Káiser -a mediados del s XIX- a crear la seguridad social, y en Inglaterra a Beberidge – en la post Segunda Guerra Mundial- a crear el National Health Service (NHS).

Pero el sector sanitario también destruye riqueza si para mantenerlo hay que subir los impuestos (la presión fiscal) en los países donde se financia públicamente, o las pólizas de seguro privada son muy altas, como en Estados Unidos. Ya sea en forma de impuestos o en forma de pólizas, si las personas y las empresas de un país tienen que pagar mucho para recibir servicios sanitarios, tendrán desventaja sobre los países y las empresas que tienen que pagar menos, en un mercado global . En Estados Unidos, estos costes suponen el 25% de la producción del país. En Europa entre 5% (Inglaterra) y el 12% (Noruega), con un 8% para España. En la India y China se alrededor del 5%.

Debe haber pues un equilibrio entre lo que aporta de bueno el sistema sanitario (la formación de capital social) y lo que cuesta financiarlo. Si el coste supera a lo que se obtiene, el sistema sanitario destruye riqueza. Hay que verlo como una balanza para constatar que el equilibrio no sólo se logra bajando costes, sino también se puede lograr mejorando los resultados que permite el sistema sanitario. En un país muy pobre, como los del África subsahariana, la solución no está en gastar menos en salud. Está en que los recursos empleados logren metas como el absentismo escolar no tenga niveles del 30% debido a diarreas producidas por parásitos. Más niños mejor formados permitirán que el país pueda producir más y mejor para salir de la pobreza.

La sanidad es, también, un sector económico. Y como hemos visto, bastante relevante en nuestra sociedad. Es una visión, como todas las demás, limitada si se tiene como única, pero necesaria, si se quiere tener una visión lo más completa posible.

Pero, ¿cómo se caracteriza la sostenibilidad desde el punto de vista económico? ¿Qué problemas y retos plantea y qué solución propone? En la crisis de los 90, los gestores sanitarios ya decían que la Salud no tiene precio, pero la sanidad tiene un coste. Esta frase ocurrente, y cierta, tiene muchos matices.

El primero es que no hay que confundir la ciencia económica con el uso que se puede hacer. Hoy en día, cuando desde el sector sanitario se pronuncia la palabra economía, el cielo se vuelve gris y amenaza lluvia. Pero no siempre ha sido así, ni es así. La salud también puede beneficiarse de la ciencia económica al igual que se beneficia de la química o la física. La economía es la ciencia que ayuda a tomar decisiones de asignación de recursos -dinero, profesionales, fármacos -, que siempre son escasos. De hecho, existe la llamada Economía de la Salud como una de las especialidades de esta disciplina. Hay que recordar, por ejemplo, que la expansión de la sanidad pública en Inglaterra la lideró Lord Beveridge en 1942, y en España, Ernest Lluch con la Ley General de Sanidad en 1982: ¡ninguno de los dos era médico, eran economistas! La reforma Obama, que tampoco se médico, se propone por razones económicas, y busca extender la cobertura sin un incremento de gasto. El premio Nobel de economía de 2012 se dio por la contribución a una metodología para incrementar el número de trasplantes.

Un segundo elemento importante y útil en este debate es que la economía, como ciencia, tiene, o pretende tener, herramientas para ayudar a resolver los interrogantes, retos y problemas que plantean las tres dimensiones de la sostenibilidad: medioambiental, social y económica. Porque la economía, no hay que olvidarlo, y a pesar de su importantísimo bagaje instrumental matemático, es una ciencia social.

Los economistas, como todos los profesionales, médicos incluidos, pueden hacerse entender o no. Pueden acertar o no, pero tienen también su propia jerga (lenguaje ininteligible y enrevesado, según el Diccionario Enciclopédico de la Medicina ) y su lógica. Demos una vuelta por este mundo para situar y entender la vertiente económica de la sostenibilidad.

 

La dimensión económica de la sanidad

 

La dimensión económica de la sostenibilidad es la más debatida. No es, sin embargo, como hemos podido ver, la única, ni a largo plazo, posiblemente, la más relevante. Como las otras dimensiones, tiene múltiples aspectos.

Economía y salud se ven a menudo como dos palabras antagónicas, cuando realmente son complementarias. La economía es una ciencia, como otras, que puede ayudar a la promoción, mantenimiento y recuperación de la salud. También como otras ciencias, puede ser utilizada para dañar la salud.

En este capítulo veremos algunos de los conceptos y herramientas que se utilizan en economía y que pueden tener aplicación en el campo de la salud. En primer lugar constataremos que el sector sanitario es, también, un sector de la economía y que como tal, ha despertado el interés de políticos y economistas. Los grandes avances en la extensión de la sanidad como derecho en Europa han sido impulsados desde esta visión (Bismark en Alemania, Beveridge en Inglaterra y Ernest Lluch en España).

Después repasaremos algunos de los conceptos que se utilizan en economía y cómo nos pueden ayudar a tomar mejores decisiones en el campo de la salud. Así estudiaremos los conceptos de bien, servicio, externalidad y mercados. Son conceptos que nos permiten poner de manifiesto cómo es posible, como sería posible, incorporar también a las políticas económicas elementos que tienen un impacto directo sobre la promoción de la salud (como los impuestos sobre el tabaco) y la investigación científica por el descubrimiento de nuevos tratamientos ( la propiedad intelectual). Veremos tambien como el gasto social tiene unas reglas específicas, descritas por Baumol.

Por último, veremos cómo hay herramientas que permiten hacer una aproximación para evaluar si las decisiones que tomamos cuando utilizamos recursos en el sistema sanitario obtienen los resultados deseados. Son la medida de la eficacia, efectividad y la eficiencia.

En conclusión, podemos decir que el sistema sanitario es fuente de riqueza, pero también consume recursos que no podrán ser utilizados para otros fines, como por ejemplo la educación. Hay pues, que hacer un uso de ellos eficiente y aceptable socialmente, es decir, sostenible. La ciencia económica nos aporta las herramientas para poder lograrlo.

 

La medicalización

Otro concepto que tiene que ver con la dimensión social de la sostenibilidad del sistema sanitario es la medicalización, o mejor dicho, la medicamentación de la vida. No es lo mismo, pero la segunda requiere de la primera. Fenómenos naturales se han convertido en enfermedades, como el envejecimiento, el duelo o la tristeza, el parto o la muerte. Razones hay muchas -y nadie está libre de culpa-, desde que, como diria la Dra. Teresa Forcades , porque hay negocio para las farmacéuticas, a pensar que existen pociones májicas que nos hacen invencibles o inmortales, a la necesidad de sustituir el escuchar por recetar en consultas de dos minutos…. Ya forman parte de la cultura popular medicamentos como la la Pastilla Azul o el Prozac.

Para que haya medicamentación necesario que alguien defina una enfermedad, la diagnostique y prescriba los medicamentos. Y, hoy por hoy, quienes tienen potestad para ello son los médicos.

Pero desde que existe Internet, ya no es necesario que nadie prescriba medicamentos, el diagnóstico se puede hacer a través de una web y la medicación comprarla con un click, aunque sea a riesgo de que sea falso. Desde la Viagra al Tamiflu, para la gripe.

La medicalización no es un fenómeno nuevo, y de hecho, se ha utilizado de maneras muy diferentes. Desde encerrar personas con ideas disidentes en psiquiátricos, a hacer negocio a costa de la salud de la gente, a facilitar la utilización de anticonceptivos en la España franquista.

El 9 de mayo de 1960 se comenzó a comercializar en Estados Unidos la primera píldora anticonceptiva y en 1961 llega a Europa, excepto la oficialmente Católica España, claro. En 1964 se autoriza en España como ‘regulador del ciclo menstrual’ con receta médica y deja de ser delito prescribirla y usarla. En ese momento, la legislación española prohibía cualquier método anticonceptivo, ya fuera para usarlo, prescribirlo, consentirlo o, incluso,  hablar de ellos. Esto incluía a las esposas y a los maridos, a los médicos, y a los periodistas. En 1969 en España 120.000 mujeres están ‘legalmente enfermas’ y deben medicarse con la píldora. No es hasta el 7 octubre de 1978 que se legaliza como método anticonceptivo.

Más recientemente se ha vivido el caso de la vacuna del papiloma humano. Es un caso interesante porque muestra como la complejidad de intereses económicos e ideológicos que puede haber a la hora de tomar decisiones en el ámbito de la salud y la medicalización aún está vigente como en el caso de la píldora (afortunadamente con unos parámetros políticos cambiados). Es un claro ejemplo de las preguntas y respuestas hay que hacer al abordar la sostenibilidad social.

El papiloma humano es un virus que se ha relacionado con el cáncer de cérvix. Se sabe que el 70% de estos cánceres se deben a una infección previa por este virus. Hay un 30% que se debe a otras causas. El cáncer de cérvix es una enfermedad que, detectada a tiempo, se cien por ciento curable, a través de una pequeña intervención quirúrgica en régimen ambulatorio y sin consecuencias. Aparece en la lista de Mortalidad sanitariamente prevenible. En fases más avanzadas también se curable con cirugía más importante. Es mortal en fases muy avanzadas, a las que, en nuestro entorno, no se debería llegar nunca, aunque, desgraciadamente, ocurre.

Hay varias cepas o variedades del virus por lo que elaborar una vacuna ha sido una tarea compleja y cara. Finalmente se ha puesto en el mercado una vacuna capaz de evitar el 70% de las infecciones por papiloma. Esto significa que la vacuna del papiloma, en el mejor de los casos sólo prevendrá el 49% de los cánceres, si no se toma ninguna otra medida. Es decir, prevé el 70% del 70%, o sea 49%. Menos de la mitad.

Hay más estrategias para prevenir la muerte por cáncer de cérvix. La primera es evitar el contagio por el virus y que, por tanto, que se pueda desarrollarse la enfermedad. Esto se consigue con la abstinencia sexual, o la fidelidad a una pareja que no esté infectada. Otra forma es utilizar preservativo, que actúa como barrera para esta y otras enfermedades infecciosas de transmisión sexual, como el SIDA o la Hepatitis B o C.

La segunda estrategia es detectar precozmente la enfermedad. Esto se puede hacer con la se la realización periódica de la llamada prueba de Papanicolaou, que consiste en tomar una muestra del cérvix con una torunda, que se analizará en el microscopio después de hacer una tinción siguiendo la técnica propuesta por el Dr. Papanicolaou -de le viene el nombre-. Recientemente se ha comenzado a estudiar la posibilidad de sustituir la observación de la muestra al microscopio por un análisis genético con un ‘kit’ lo que facilitaría su realización donde se cuente con pocos medios. La frecuencia con que hay que hacer esto depende de la prevalencia (porcentaje de personas afectadas) del virus en la población. Se recomienda cada año en las zonas con mucha prevalencia, y cada 3 años donde haya menos. En Cataluña, después de muchos años de hacerla anualmente, se han hecho estudios que han concluido que basta con hacerla cada tres años.

Cada una de estas intervenciones tienen ventajas e inconvenientes, no sólo económicos, sino tambien de disponibilidad de recursos y tecnología, y  morales y éticos, y por lo tanto sociales. Veremos algunos puntos de vista.

Por ejemplo, si hacemos caso de la doctrina oficial de la Iglesia Católica, no podremos recomendar el uso del preservativo como medida preventiva. Si hacemos caso de las recomendaciones de algunos imanes -hay que recordar que en el Islam no hay una autoridad unificada como el catolicismo y otras religiones-, no podemos recurrir a ginecólogos masculinos para realizar la prueba de Papanicolaou.

Si decidimos financiar los preservativos -por ejemplo regalándoles me ocasiones apropiadas, como el Carnaval-, uno se puede plantear para que hacer apología de la promiscuidad en nombre de la prevención de una enfermedad que puede prevenirse con un estilo de vida (la abstinencia o la fidelidad). Aunque no sólo prevenimos el cáncer de cérvix, sino también el SIDA, las hepatitis B y C,  la sífilis o la gonorrea. Y podemos aprovechar para hacer educación sanitaria, aconsejando prácticas sexuales seguras.

Como la vacuna es cara y hay otros medios preventivos y curativos eficaces, la Sociedad Española de Salud Pública y la de Medicina Familiar y Comunitaria recomendaron que no se incluyera en el programa de vacunaciones obligatorias y dedicar el dinero a otras medidas sanitarias más necesarias o eficientes. El coste de salvar una sola vida sólo con la vacuna asciende a millones de euros. Pero la Comisión Interterritorial del Sistema Nacional de Salud, la instancia política que tiene capacidad de hacerlo, no hizo caso e incluirla en el calendario vacunal. ¿Por qué?