La medicalización

Otro concepto que tiene que ver con la dimensión social de la sostenibilidad del sistema sanitario es la medicalización, o mejor dicho, la medicamentación de la vida. No es lo mismo, pero la segunda requiere de la primera. Fenómenos naturales se han convertido en enfermedades, como el envejecimiento, el duelo o la tristeza, el parto o la muerte. Razones hay muchas -y nadie está libre de culpa-, desde que, como diria la Dra. Teresa Forcades , porque hay negocio para las farmacéuticas, a pensar que existen pociones májicas que nos hacen invencibles o inmortales, a la necesidad de sustituir el escuchar por recetar en consultas de dos minutos…. Ya forman parte de la cultura popular medicamentos como la la Pastilla Azul o el Prozac.

Para que haya medicamentación necesario que alguien defina una enfermedad, la diagnostique y prescriba los medicamentos. Y, hoy por hoy, quienes tienen potestad para ello son los médicos.

Pero desde que existe Internet, ya no es necesario que nadie prescriba medicamentos, el diagnóstico se puede hacer a través de una web y la medicación comprarla con un click, aunque sea a riesgo de que sea falso. Desde la Viagra al Tamiflu, para la gripe.

La medicalización no es un fenómeno nuevo, y de hecho, se ha utilizado de maneras muy diferentes. Desde encerrar personas con ideas disidentes en psiquiátricos, a hacer negocio a costa de la salud de la gente, a facilitar la utilización de anticonceptivos en la España franquista.

El 9 de mayo de 1960 se comenzó a comercializar en Estados Unidos la primera píldora anticonceptiva y en 1961 llega a Europa, excepto la oficialmente Católica España, claro. En 1964 se autoriza en España como ‘regulador del ciclo menstrual’ con receta médica y deja de ser delito prescribirla y usarla. En ese momento, la legislación española prohibía cualquier método anticonceptivo, ya fuera para usarlo, prescribirlo, consentirlo o, incluso,  hablar de ellos. Esto incluía a las esposas y a los maridos, a los médicos, y a los periodistas. En 1969 en España 120.000 mujeres están ‘legalmente enfermas’ y deben medicarse con la píldora. No es hasta el 7 octubre de 1978 que se legaliza como método anticonceptivo.

Más recientemente se ha vivido el caso de la vacuna del papiloma humano. Es un caso interesante porque muestra como la complejidad de intereses económicos e ideológicos que puede haber a la hora de tomar decisiones en el ámbito de la salud y la medicalización aún está vigente como en el caso de la píldora (afortunadamente con unos parámetros políticos cambiados). Es un claro ejemplo de las preguntas y respuestas hay que hacer al abordar la sostenibilidad social.

El papiloma humano es un virus que se ha relacionado con el cáncer de cérvix. Se sabe que el 70% de estos cánceres se deben a una infección previa por este virus. Hay un 30% que se debe a otras causas. El cáncer de cérvix es una enfermedad que, detectada a tiempo, se cien por ciento curable, a través de una pequeña intervención quirúrgica en régimen ambulatorio y sin consecuencias. Aparece en la lista de Mortalidad sanitariamente prevenible. En fases más avanzadas también se curable con cirugía más importante. Es mortal en fases muy avanzadas, a las que, en nuestro entorno, no se debería llegar nunca, aunque, desgraciadamente, ocurre.

Hay varias cepas o variedades del virus por lo que elaborar una vacuna ha sido una tarea compleja y cara. Finalmente se ha puesto en el mercado una vacuna capaz de evitar el 70% de las infecciones por papiloma. Esto significa que la vacuna del papiloma, en el mejor de los casos sólo prevendrá el 49% de los cánceres, si no se toma ninguna otra medida. Es decir, prevé el 70% del 70%, o sea 49%. Menos de la mitad.

Hay más estrategias para prevenir la muerte por cáncer de cérvix. La primera es evitar el contagio por el virus y que, por tanto, que se pueda desarrollarse la enfermedad. Esto se consigue con la abstinencia sexual, o la fidelidad a una pareja que no esté infectada. Otra forma es utilizar preservativo, que actúa como barrera para esta y otras enfermedades infecciosas de transmisión sexual, como el SIDA o la Hepatitis B o C.

La segunda estrategia es detectar precozmente la enfermedad. Esto se puede hacer con la se la realización periódica de la llamada prueba de Papanicolaou, que consiste en tomar una muestra del cérvix con una torunda, que se analizará en el microscopio después de hacer una tinción siguiendo la técnica propuesta por el Dr. Papanicolaou -de le viene el nombre-. Recientemente se ha comenzado a estudiar la posibilidad de sustituir la observación de la muestra al microscopio por un análisis genético con un ‘kit’ lo que facilitaría su realización donde se cuente con pocos medios. La frecuencia con que hay que hacer esto depende de la prevalencia (porcentaje de personas afectadas) del virus en la población. Se recomienda cada año en las zonas con mucha prevalencia, y cada 3 años donde haya menos. En Cataluña, después de muchos años de hacerla anualmente, se han hecho estudios que han concluido que basta con hacerla cada tres años.

Cada una de estas intervenciones tienen ventajas e inconvenientes, no sólo económicos, sino tambien de disponibilidad de recursos y tecnología, y  morales y éticos, y por lo tanto sociales. Veremos algunos puntos de vista.

Por ejemplo, si hacemos caso de la doctrina oficial de la Iglesia Católica, no podremos recomendar el uso del preservativo como medida preventiva. Si hacemos caso de las recomendaciones de algunos imanes -hay que recordar que en el Islam no hay una autoridad unificada como el catolicismo y otras religiones-, no podemos recurrir a ginecólogos masculinos para realizar la prueba de Papanicolaou.

Si decidimos financiar los preservativos -por ejemplo regalándoles me ocasiones apropiadas, como el Carnaval-, uno se puede plantear para que hacer apología de la promiscuidad en nombre de la prevención de una enfermedad que puede prevenirse con un estilo de vida (la abstinencia o la fidelidad). Aunque no sólo prevenimos el cáncer de cérvix, sino también el SIDA, las hepatitis B y C,  la sífilis o la gonorrea. Y podemos aprovechar para hacer educación sanitaria, aconsejando prácticas sexuales seguras.

Como la vacuna es cara y hay otros medios preventivos y curativos eficaces, la Sociedad Española de Salud Pública y la de Medicina Familiar y Comunitaria recomendaron que no se incluyera en el programa de vacunaciones obligatorias y dedicar el dinero a otras medidas sanitarias más necesarias o eficientes. El coste de salvar una sola vida sólo con la vacuna asciende a millones de euros. Pero la Comisión Interterritorial del Sistema Nacional de Salud, la instancia política que tiene capacidad de hacerlo, no hizo caso e incluirla en el calendario vacunal. ¿Por qué?

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